junio 18, 2009

En paz, nada le debo yo al miedo






El día quince de este mes mi primo Guillermo hubiera cumplido cincuenta años. No pudo ser porque hace casi tres que se murió de miedo. Me imagino que su acta de defunción consigna alguna otra causa pero yo a estas alturas estoy convencida de que la verdadera razón fue que el pánico que sentía lo llevó a tomar decisiones que no fueron las más benéficas para sí mismo.
Guillermo y yo fuimos muy cercanos cuando éramos niños. Mi padre y el suyo eran hermanos y su madre y la mía muy amigas. Además teníamos muchos intereses en común, me llevaba pocos años y por si fuera poco, nos educaron para ser los niños perfectos de las familias perfectas, como correspondía a los nietos del Pastor de la Iglesia.
La verdad es que él era bastante más perfecto que yo: iba más a la Iglesia, sacaba mejores calificaciones y desde luego que era mucho menos respondón que yo...
Al ir creciendo nos fuimos distanciando porque yo me fui dejando llevar por mi rebeldía y él siguió en la fantasía de la "buenhijez". Además cuando vi la luz y reconocí para mí misma que era lesbiana me pareció mucho más fácil distanciarme un poco de la familia para saber quién era yo sin interferencias. El caso es que cuando tuve mi primera pareja la llevé a casa de mi tío porque me parecía importante que gente tan querida de mi familia conociera a quien en ese momento era especial para mí. Al volver a ver a Guillermo me quedó claro que lo que recordaba era cierto. Él también era gay. Traté de acercarme a él para contarle de mi relación y buscar otra vez la complicidad de nuestra infancia pero cada vez que lo intentaba él salía corriendo. Después de varios intentos decidí dejar de fastidiarlo, me di cuenta que mis acercamientos le resultaban violentos pero pensé que era porque no quería saber acerca de mí.
Pasó el tiempo, cambié de trabajo, de pareja, de amigos... mi relación con Guillermo siguió distante aunque cordial hasta un día que llamó por teléfono a mi casa (para saludar a mi madre) y yo contesté. No parecía mi primo querido, estaba como resentido conmigo. Comenzó a tirarme indirectas y no tan indirectas acerca de que si mi trabajo era mejor pagado que el suyo, que si yo era feliz y él no, que si mi vida era fantástica (según su apreciación) y la suya no...
Recuerdo que le comenté a mamá que mi primo estaba amargado y que me parecía que sus ataques hacia mi eran injustificados. Dejé de hablar con él porque me lastimó y no entendí la razón.
En los siguientes años lo seguí viendo en algunas reuniones familiares y la verdad es que lo veía cada vez más deteriorado. Nunca fue gordo, pero cada vez estaba más y más delgado. Tenía cada vez menos pelo, sus dientes también estaban muy maltratados... se fue convirtiendo en la comidilla de la familia porque cuando alguien le preguntaba, daba una serie de explicaciones inverosímiles: "tuve una infección y el antibiótico me echó a perder el estómago, bajé de peso y la gastritis hizo que tuviera reflujo lo que hizo que mis dientes se pusieran negros pero aunque he superado la infección, no puedo arreglarme los dientes hasta que gane un poco de peso porque el dentista tendrá que ponerme anestesia general y blablabla."
Yo recuerdo que al volver de una de esas reuniones le comenté a mamá: "Memo tiene SIDA, estoy segura, no puede haber otra explicación a tanto deterioro porque lo otro que se me ocurre es que se pinche alguna droga y la verdad es que no me parece que sea el caso."
Mamá se puso muy triste pero no dudó de mi percepción. Ella no tuvo tiempo de comprobar mi punto de vista porque poco tiempo después murió. En su funeral, cuando Memo me dió el pésame me quedó claro que él sería el siguiente.
Unos pocos meses después me llegó la noticia de que estaba internado en el hospital. Fui corriendo a verlo, mi hermana me acompañó y la verdad es que la impresión al verlo fue una de las más fuertes de mi vida. He visto fotografías de la gente que estaba en los campos de concentración durante la segunda guerra mundial, con un aspecto mucho más saludable y lozano que él.
Memo seguía enojado y a la defensiva conmigo pero no me importó, seguí vistándolo todas las veces que podía. A veces podíamos hablar a solas y otras veces había más gente. Poco a poco me dí cuenta que el Memo de mi infancia volvía a salir a saludarme. Aún así cuando estábamos solos el me cogía la mano lo más fuerte que podía y me repetía: digan lo que digan NO TENGO SIDA.
Yo le contestaba que bien, que no le estaba preguntando nada, que lo único que quería era estar con él y hacerle compañía un rato...
Me costó mucho que llegara el día en que al fin reconociera frente a mi que efectivamente, tenía SIDA, pero agregó: "pero no soy gay, no soy gay, te juro que no soy gay".
Me sentí tan dolida con su miedo que recuerdo mi respuesta: "pues yo te quiero igual aunque no seas gay... ¡yo si soy lesbiana! Qué, ¿nunca lo sospechaste?"
El pobre estaba tan desconcertado que no acertó a responderme y tuve que terminar la visita pero al día siguiente cuando volví a verlo su rostro tenía una expresión de ansiedad diferente... se inventó excusas para que su hermano que estaba allí se fuera y nos dejara solos y por fin habló conmigo de lo que se había callado durante muchos años: de que efectivamente él también era homosexual, que tenía ocho años viviendo con su pareja al que nadie de la familia conocía (todo mundo pensaba que Memo vivía solo), que nunca se había imaginado que yo era lesbiana, que nunca había hablado del tema con nadie de la familia más que conmigo, que tenía mucho miedo pero no a morirse (porque sabía que no faltaba mucho) sino al juicio de los demás...
Yo le hablé de que mi mamá y las personas más queridas de la familia sabían de mí, que estaba enamorada, que me venía a vivir a España, le enseñé fotos de mi güera y le dije que no tenía miedo al cambio que tenía por delante y que si alguien se atrevía a hablar de él lo iba a defender como lo hubiera hecho su mamá o la mía. No sé cómo hicimos para no llorar en la que fue nuestra última conversación a solas.
Dice mi güera que ella piensa que yo soy la que más recuerda a Memo. Es posible. No he podido superar la rabia que me da el hecho de que haya vivido de una manera tan clandestina, perdiéndose tantas cosas y todo porque estaba muerto de miedo.

5 comentarios:

  1. Me ha impresionado la lectura de esta historia, tanto que he querido leerla en voz alta otra vez, para mi pareja.

    Pienso cómo es posible que existan más personas que atacan la homosexualidad que personas que la aceptan y la respetan. De ahí el miedo a exponerla ante la familia y ante toda la sociedad.

    Lamento que Memo se muriese sintiendo miedo, tal vez vergüenza, de sus propios deseos y sentimientos.

    Tu testimonio es importante y ojalá pudiese leerlo mucha gente. Y que cada vez más personas dejen de plantearse si eso es malo o es bueno, que es simplemente una opción privada, íntima, normal de un ser humano, e inofensiva para la sociedad.

    Gracias por esa aportación

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  2. No hay nada, en este mundo, peor que el miedo. Bueno, sí, quizás el miedo al miedo, que paraliza e inhabilita para disfrutar de la vida, que es la única obligación que tenemos, aunque lo olvidemos con demasiada frecuencia.
    Triste historia, la de tu primo. Muy triste.

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  3. El miedo paraliza y come el alma dejándola sin defensa posible. Memo no pudo liberarse de su carcel inteior, que penita.

    Preciosa historia Pena.
    Achuchones¡¡

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  4. y esto me confirma lo importantísimo que es reventar los armarios. aqui y en mexico y en la conchinchina. A Memo le faltó que alguien se solidarizara con él; si hubiera sabido todo lo que cmpartíais no hubiera entrado en compeiciones absurdas. Tu dices que le mató el miedo, y yo le añado "y el silencio". mi más sentido pésame, Pena

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  5. Me ha impresionado mucho lo que cuentas de Guillermo. Reflexiono sobre el daño que nos hace las espectativas que tienen los demás de nosotros. Ser niños y niñas "buen@s" no nos beneficia nada... eres una mujer muy valiente, Pena...

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