septiembre 04, 2017

Capital Social



No recuerdo si ya he contado esto en este espacio pero da igual... El fin de año de 1998 fue el peor de mi vida. Eso es mucho decir si tomamos en cuenta que el de 1975 fue el primero sin mi padre y que en el 2012 estaba yo intentando recoger del suelo los trozos en los que se había convertido mi vida.
Pero el 98 fue el peor de todos porque además del fin del mundo de turno, me sentía sola.

Me recuerdo a mi misma en mi versión más patética, viendo la televisión y comiendo compulsivamente chocolates rellenos de cereza.

Había terminado con mi dispareja (mi primera) y con la relación que me agencié como clavo-que-saca-otro-clavo (leyenda urbana). Ambas estaban tan enojadas conmigo que se habían liado entre si, yo no tenía amigos propios, mi madre se sumía en su propia depresión, mis hermanos estaban con sus familias y para acabar pronto nadie tuvo el detalle de siquiera llamar para felicitar el año.

Al día siguiente amanecí poniendo en orden todas mis cosas, sacando todo lo que no me pertenecía y, lo más importante, con el firme propósito de hacerme de amistades propias y de no volver a pasar un fin de año igual de malo. 

A partir de ese día comencé a establecer relaciones de amistad con la gente con quien sentía afinidad. Comencé a ir a las reuniones a las que me invitaban, ir a comer o tomar un café con compañeros de trabajo, participar en los festejos de la oficina... retomar amistades de antes y que estaban por allí un tanto descuidadas.

Me fui haciendo de grupos, el del trabajo, el de mis excompañeros de estudios, el de mis compañeros de trabajo voluntario, gente que conocía por Internet... mi vida se enriqueció con diversos círculos que he ido consolidando con el tiempo. Algunos se han ido pero los más afines y más queridos, permanecen.

Hace un año o dos, platicando un día acerca de la situación económica con una amiga socióloga, le comentaba que me parecía que cualquiera podía quedar en situación de calle enlazando dos o tres golpes de mala suerte y ella me respondió que era verdad, sobre todo si no contaba con un capital social y me explicó el concepto.

Experimenté una epifanía. Resultaba que eso que había estado haciendo por años tenía nombre en la teoría sociológica. Me he pasado años construyendo un capital social.

Por eso llegó el momento en que tuve que buscar gente cuando vivía en España. Gente mía, no la de mi ex. Mi propio capital social. Ese fue el motivo para abrir el blog y también por eso cuando terminó la relación tuve la imperiosa necesidad de volver a México, porque aun cuando mi capital español estaba allí, sentí que había falta algo más. 

Siempre voy a estar agradecida con las amigas que en España tejieron con sus manos una red que impidió que me desmoronara, con el amigo que en México me prestó dinero (sin plazo de devolución), para comprar un coche; con la amiga que me dio trabajo diciéndome que el favor se lo hacía yo a ella por integrarme en su plantilla laboral; con la amiga que me contuvo cada vez que me daban ataques de miedo y me decía que no pasaba nada, solo que estaba pinchemente lejos pero que ya faltaba menos para volver; con mi hermana y mi cuñado que sacrificaron sus espacios para hacerme sentir que volvía a ser hija de familia... con ese capital social que consiguió que tuviera las condiciones necesarias para reconstruir mi vida y comenzar casi desde cero otra vez.

Esto es un camino de ida y vuelta y por supuesto estoy dispuesta a hacer por mi gente lo que han hecho por mi pero no en plan pago, sino como quien hace circular la moneda de la que se conforma este capital: la solidaridad.

Esta es la fuerza  que permite que salgamos adelante de cualquier problema, menos aquel que no tiene solución. Yo se que esta riqueza no permitirá que vuelva a tocar fondo. Me siento plena y profundamente agradecida. 

7 comentarios:

  1. Dependemos de nuestra fortaleza, pero esa red humana, ese capital social es el que tira de nosotros cuando caemos y nos hace avanzar. Dependemos de nuestra fortaleza, pero sobre todo de la fortaleza de nuestra otra familia, la elegida, la que muere con nosotros y vive nuestra vida dejándonos vivir...

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    1. personalmente me siento mucho más fuerte cuando me percibo como parte de un grupo que cuando voy sola por el mundo... me siento muy afortunada por mi familia biológica y de elección :)

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  2. Yo suelo llamarlo "capital humano" en todos los sentidos. Un gusto volve a leerte. Un beso

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  3. Es muy cierto lo que decís. La red social que nos sustenta como sociedad es muy importante. En lo micro, en el pequeño mundo particular de cada uno debería ser así también. Un beso

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  4. Lo "malo" del capital social que te creaste en España es que estaba muy disgregado y no pudimos o supimos apoyarte más o mejor cuando las cosas se torcieron.
    Me parece muy importante que ese capital social, o familia elegida, como lo llamamos en términos más de andar por casa, esté fisicamente cerca para que ese apoyo sea más real, más de piel.
    Y como tú dices... cuando te dan, el mejor acto que puedes hacer es dar a los demás... devolver a la Comunidad lo que puedas... seguir tejiendo redes de solidaridad, tan necesarias en este mundo gris.
    Te abrazo.

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  5. mucho tiempo sin pasar por blogs, sin saber de ti. cómo te entiendo!!. yo he pasado unos años malos por diversas razones y tu post me ha tocado la fibra.

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  6. Que bueno volver a saber de ti! A la que acabe de trastear, voy a juntar mi capital social en una única cuenta corriente y así sabré si soy "rica". Un saludo y una alegría.

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